En el atrio de la Iglesia, junto a cientos de familias centroamericanas descansa Carlos, quien se asume abiertamente como homosexual.
Es un joven de apenas 20 años que tuvo que salir huyendo de San Pedro Sula, Honduras, porque las pandillas de Las Maras, lo querían obligar a vender droga, aprovechando su condición.
“A uno la policía no lo registra porque somos así, entonces ellos dicen que representamos su aval, para vender los productos”, relató.
Carlos, a quien le gusta que le llamen Teresa, y que se enteró de la Caravana Migrante por Facebook, se sentía doblemente discriminado en su país, primero por ser pobre y después por su sexualidad.
“Pues la verdad sí, lloré más estando en Honduras, que aquí, donde son muy duras las caminatas”.
En su bolsa de mano, el joven, que viaja completamente solo, carga cuatro mudas de ropa, su celular y un montón de sueños que busca cumplir en Estados Unidos.
“Quiero trabajar y estudiar para enviar dinero a mi mamá y que pueda sacar adelante a mis dos hermanos menores”, comentó.
Carlos o Teresa dice que prefiere morir en el camino intentando llegar al norte que pasar toda una vida sin oportunidades.
“No tengo miedo, porque sé que voy a encontrar algo mejor”, manifestó.
Al caer la tarde, en Mapastepec, un grupo local toca música guapachosa en el kiosco de la Plaza Principal, animando a los integrantes de la Caravana Migrante a escoger una pareja y ponerse a bailar, que se distraigan un rato porque pronto hay que recoger las cobijas y los plásticos que los cubren del sol y la lluvia vespertina, para emprender de nueva cuenta el viaje ahora hacia Pijijiapan.
Fuente: Excélsior