No sólo fue su juvenil carisma, sino también su frescura lo que le llegó al público de Madrid. Y así, con desparpajo y entrega, Luis David cortó una valiosa oreja en Las Ventas a un gran toro de Juan Pedro Domecq, al que el mexicano toreó con una enorme disposición, la misma que mantuvo a lo largo de toda su actuación.
Ya desde la hora del apartado, el toro «Ombú» apuntaba que tenía hechuras para embestir, y con tan buena fortuna que le tocó al torero de Aguascalientes, que no falló, igual que el bonito jabonero. Esa suerte que a veces está detrás de cada esquina sirvió para ver a un Adame auténtico que supo granjearse el cariño del público, que salió complacido con lo que vio.
Los lances a la verónica de recibo y el quite centraron la atención de la gente en la figura torera de Luis David, que no desaprovechó para irse al centro del ruedo a brindar -y brindarse- para demostrar que venía decidido a triunfar.
Ligó series de muletazos al ejemplar Juan Pedro Domecq, al que hizo una faena estructurada, con pausas, ritmo y calidad, que abrochó con señeros muletazos de pecho en los que fluyó su sentimiento.
Los naturales también gustaron porque el toro se rebozaba y embestía con celo a la templada muleta de Luis David, que mantuvo ese tono de vibración a lo largo de un trasteo conciso que remató con unas ajustadas bernadinas, en medio de la algarabía del público que recibió su quehacer con muy buenos ojos.
Fue una pena que la espada no quedara en mejor sitio, no obstante que ejecutó la suerte de matar yéndose por derecho, dando el pecho, para salir del embroque con mucho compromiso. Y eso, quizá, fue lo que le impidió que abriera la Puerta Grande.
Recogió la oreja sensiblemente emocionado, como corresponde a un logro de esta categoría, y dio la vuelta al ruedo feliz, cobijado por las palmas de un público que siempre estuvo muy receptivo a su toreo.
El hidrocálido dejó el ambiente caldeado para lidiar al sexto, que era un toraco de 631 kilos de peso, largo como un ferrocarril, que en el vistoso quite por zapopinas tuvo voluntad de embestir.
Esta faena no tuvo la limpieza esperada, y por momentos parecía que Luis David atropellaba la razón, sabedor de que podía conquistar un triunfo vedado para los mexicanos desde hace 46 años. Pero se afanó en torear, y aunque el trasteo careció de reposo, porque el toro se quedaba corto y rebañaba, la gente aquilató su valentía y lo alentó con una entrega especial, de esas que se ven pocas veces con los nuestros.
Un pinchazo hondo y un golpe de descabello le significaron una fuerte ovación de despedida, luego de que había caído de pie ante la afición madrileña gracias a sus ganas de agradar, que ahí quedaron.
El resto de la corrida tuvo poca historia, ya que los demás toros de Juan Pedro Domecq, algunos fuera de tipo o cono demasiados kilos, como el que abrió plaza, y ante el que Finito de Córdoba estuvo templado, correcto, intentando sacar provecho ahí donde había tan pocas posibilidades de lucimiento.
También delante del soso cuarto buscó torear para él y alcanzó a bosquejar muletazos elegantes, con aroma de torero caro, que supieron a poco para la inmensa mayoría de un público al que no le gusta que los toros no se muevan, como sí lo hizo el tercero, que fue el primero del lote de Román.
El valenciano estuvo valiente pero sin la brújula puesta a punto para acabar de atemperar las embestidas fibrosas de ese toro, un colorado que acabó aburriéndose. Y con el quinto abusó de alargar una faena de manera innecesaria, quizá en ese desmedido afán de triunfo con el que siempre sueñan los jóvenes.
A la salida de la plaza la gente comentaba con alegría la actuación de Luis David, que volverá a esta plaza el último día de mayo en la corrida de Las Naciones, mientras que su hermano mayor, su mentor, Joselito, lo hará el próximo sábado seguramente con la inmensa alegría interior de ese pequeño acicate que le ha puesto Luis David.
Fuente: Altoro México
Foto: Especial