Cada tarde, cuando el sol comienza a declinar, miles de personas se congregan cerca del Museo del Louvre. Sus miradas se alzan hacia el cielo, donde un majestuoso globo aerostático, asciende 60 metros sobre el Jardín de Tullerías, portando el pebetero. Lo que casi nadie sabe es que esa candente nube que ilumina el crepúsculo no está alimentada por el fuego ancestral de Olimpia.
La llama, desde su creación, ha sido un símbolo de paz y amistad entre las naciones. Su encendido se realiza captando los rayos del sol en el centro de un espejo parabólico, garantizando así su pureza. Este ritual, tan antiguo como la misma civilización griega, conecta el pasado con el presente, mostrando el camino con la luz del fuego. En abril de este año, el Comité Olímpico Helénico realizó la ceremonia del encendido de la llama en Olimpia, y una antorcha viajó cientos de miles de kilómetros hasta la capital francesa, donde el pasado viernes se llevó a cabo la inauguración de los Juegos que ahora disfrutamos.
Sin embargo, para esta edición, el fuego que alumbra la justa parisina no proviene de combustibles fósiles. En su lugar, una ingeniosa combinación de agua y luz eléctrica da vida a la llama. Cuarenta focos LED y 200 boquillas nebulizadoras de alta presión se unen para crear una nube brillante y etérea, flotando como un sueño en el cielo nocturno. El diseñador Mathieu Lehanneur creó el brasero y el globo para los JO. La pieza tiene 30 metros de altura y 22 m de diámetro. Sólo el Anillo de Llamas cuenta con un diámetro de siete metros. Aunque las llamas ardientes son una ilusión óptica. Queríamos que el pebetero utilizara una nueva tecnología para no producir demasiadas emisiones», explicó Tony Estanguet, presidente del comité organizador, en un comunicado publicado el pasado sábado «Éramos ambiciosos y queríamos combinar algo espectacular y responsable con el medio ambiente al mismo tiempo».
Lehanneur relató que su idea es un homenaje al primer vuelo de un globo de gas lleno de hidrógeno el cual llevaron a cabo el físico Jacques Charles y el ingeniero Nicolas-Louis Robert en diciembre de 1783.
El pebetero de París 2024 representa una promesa de sostenibilidad, un esfuerzo por reducir las emisiones a la mitad. Sin embargo, en este despliegue de innovación, surge una pregunta persistente: ¿Qué ha pasado con la llama original, esa llama que fue encendida en Grecia y transportada con reverencia por toda Francia?
La respuesta, discreta y silenciosa, yace en una pequeña vitrina de cristal, situada en una de las esquinas de Tullerías. Allí, sobre un soporte blanco, arde una llama diminuta pero real. Un cartel sencillo dice: «Iluminada en Olimpia por los rayos del sol». La pequeña antorcha no es tan admirada como el enorme pebetero, pero esta modesta llama mantiene viva la tradición milenaria, uniendo el pasado con el presente en un susurro de fuego.
cva