El segundo debate presidencial fue un ejercicio lleno de tensión y confrontación entre las candidatas, donde se lanzaron alusiones personales que crearon momentos incómodos. Xóchitl Gálvez tenía la misión de confrontar a Claudia Sheinbaum, exponiendo lo que consideraba fallas en su gestión y en el Gobierno actual. Por su parte, Sheinbaum buscaba presentarse como una opción fresca y sonriente, resaltando los logros de su administración y de la 4T. Máynez, centrada en propuestas y datos, destacaba los éxitos de los gobiernos de Nuevo León y Jalisco.
En cuanto a las alusiones al narco, Gálvez acusó a Morena de ser un «narco partido«, mientras que Sheinbaum respondió señalando el gobierno de Felipe Calderón como «narco gobierno». El formato del debate permitió preguntas grabadas en video, que las candidatas utilizaron para continuar con los ataques. Gálvez incluso mostró una playera aludiendo al culto a la Santa Muerte mientras criticaba a Sheinbaum.
En cuanto a las propuestas, Máynez resaltaba la experiencia de su partido y sus logros en el Gobierno, mientras que Sheinbaum destacaba programas como la reducción de precios de la gasolina y la fortaleza del peso. Gálvez, por su parte, criticaba las promesas incumplidas y proponía medidas como exentar impuestos a quienes ganen menos de 15,000 pesos y promover energías renovables.
El debate se tornó cada vez más agrio, con ataques personales y acusaciones entre las candidatas, dejando poco espacio para propuestas concretas. Al final, el enfoque se centró en desacreditar a las contrincantes, más que en presentar soluciones a los problemas del país. Máynez parecía más interesada en fortalecer la reputación de su partido que en ganar la elección. La percepción del ganador depende de la perspectiva de cada persona, pero para muchos espectadores, el verdadero perdedor fue la falta de claridad y consistencia en las propuestas entre tanto lodo y confrontación.
Información de la mano con El Excelsior