Desde su surgimiento como nación, México ha intentado exaltar su historia a través de cánticos patrióticos. Uno de los primeros registros data de 1821, una obra de José Torrescano: una canción dedicada a Iturbide.
Después de la derrota de México en la invasión estadunidense a territorio nacional en 1948, el incansable presidente Antonio López de Santa Anna regresó del exilio para ocupar nuevamente la silla presidencial en 1853.
Tras su retorno, organizó una serie de celebraciones con motivo del vigesimoquinto aniversario de la Victoria de Tampico, en la que sus tropas impidieron el intento de reconquista española. Como parte de los festejos se convocó a un certamen para elegir un Himno Nacional el 12 de noviembre del mismo año.
El concurso estaba dividido en dos partes; por un lado, el aspecto literario donde el jurado compuesto por Bernardo Couto, Manuel Carpio y José Joaquín Pesado, calificó la prosa; por otra parte, la composición musical, cuyos jueces, Tomás León, Agustín Balderas, Antonio Gómez, evaluaron las propuestas para musicalizar los poemas ganadores.
EL ORIGEN
La letra seleccionada fue obra de Francisco González Bocanegra, originario de San Luis Potosí, de quien se dice que su novia, Guadalupe González del Pino, lo aprisionó en una habitación sin dejarlo salir hasta que tuviera listo un escrito para la competencia. Después de cuatro horas, el potosino concluyó las estrofas ganadoras.
Una vez elegido el poema, los músicos participantes tuvieron 60 días para presentar una composición para musicalizar los versos de González Bocanegra. El músico catalán recientemente llegado al país, Jaime Nunó, resultó triunfador con su pieza llamada Dios y Libertad. Al estilo de la ópera italiana, sus notas hicieron la perfecta armonía con las rimas del poeta mexicano.
Excelsior