En el mundo automotriz existen muchas historias curiosas que a veces resultan difíciles de creer por el contexto en el que se dieron, como es el caso de este fantástico Ferrari 246 GTS de 1974.
Para conocer su historia debemos subirnos a la máquina del tiempo para trasladarnos hasta febrero de 1978 en Los Angeles, California, concretamente a un pequeño jardín de una de las casas ubicada en el suburbio de West Athens.
Un día como cualquiera, los pequeños hijos de una familia de este barrio estadunidense jugaban tranquilamente a hacer castillos de tierra y mientras uno de ellos excavaba para obtener más material para sus construcciones se topo repentinamente con un obstáculo metálico que le impidió seguir cavando.
Como cualquier niño, la curiosidad de saber que era, le impulsó a seguir excavando para sacar ese objeto, pero conforme avanzaban se dieron cuenta que cada vez era más y más grande, por lo que fueron a llamar a mamá, que estaba dentro de la casa realizando actividades domésticas, para que les ayudara a sacar ese pedazo de metal que les impedía seguir jugando.
Un par de horas después de estar cavando, la madre se dio cuenta de que ese metal se iba transformando en una silueta de un auto, por lo que decidió llamar a la policía para notificarles de lo sucedido.
Los agentes no tardaron mucho en llegar al lugar y después de percatarse del objeto que estaba enterrado solicitaron el apoyo de una excavadora, la cual llevaron escoltada hasta el sitio.
La movilización policiaca parecía exagerada, sin embargo tenía una fuerte y buena razón para hacerlo, pues un año antes se registró un escabroso hecho que se hizo famoso por la zona, el caso de una joven que había sido enterrada con su coche por un asesino, el cual no habían podido encontrar.
Los detectives a cargo de la investigación reacción de inmediato y fueron hasta el pequeño jardín para confirmar si era ese el auto que habían estado buscando con el cadáver de la joven dentro de él.
Esta joya se había producido en una serie de menos de 100 unidades para el mundo, y lo más increíble es que parecía estar en muy buen estado cuando lo sacaron, salvo algunas abolladuras y rayones consecuencia de su entierro y del uso de maquinaria pesada para sacarlo.
La buena noticias es que no había un cadáver dentro, uff, por lo que se pudo descartar que este fuera el auto que buscaban los inspectores.
Sin embargo el descubrimiento no podía quedarse así, por lo que la policía inició una indagatoria para saber de dónde venía esa joya.
El trabajo no fue difícil pues el genio que lo enterró no le quito las placas lo que permitió buscar en los registros vehiculares.
Resulta que el coche se había sido vendido 4 años antes por el concesionario de coches exóticos Hollywood Sports Cars a un tal Rosendo Cruz, un supuesto plomero de Los Angeles. Si lo sabemos deberíamos de cambiar de profesión.
Bueno, la historia de como llegó el coche ahí comienza cuando el buen Rosendo lo reportó como robado un par de años después de haberlo adquirido, pero después de interrogar al acaudalado plomero confesó que había contratado a unos ladrones para que se llevaran el coche y lo tiraran al mar para que el pudiera reclamar el dinero a la aseguradora
Lo que no esperaba era que los pillos contratados decidieran tener una comisión extra enterrando el coche en un terreno baldío para tiempo después sacarlo y revenderlo.
Sin embargo no contaron con que en ese lugar se comenzó a construir una serie de casas.
Al final la aseguradora reclamó el descubrimiento y para recuperar su dinero lo subastó por alrededor de 10 mil dólares tal y como había sido recuperado, por lo que el comprador tuvo que restaurarlo y limpiarlo profundamente pues algunas de las ventanas no estaban bien cerradas cuando lo enterraron, por lo que entró bastante tierra y humedad. Pero al final el Dino regresó majestuoso a rodar por las calles.
Excélsior