El Museo de la Siete, que toma su nombre de la calle donde se ubica en esta ciudad fronteriza, representa una ventana abierta a la infancia, “a ese tiempo lúdico que quedó en el pasado”, a ese derecho a perderse en la contemplación. “Es descubrir qué tanto dice de nosotros la cultura popular”, afirma el promotor Zaurel León, quien a sus 42 años sigue coleccionando cómics y juguetes.
Con un acervo de 20 mil piezas, de las cuales seis mil 900 evocan los personajes y la evolución de la lucha libre, el Museo de la Siete, que abrió el 29 de abril de 2017, ha recibido en año y medio de funcionar sólo viernes, sábados y domingos a unos nueve mil visitantes.
El espacio fue creado con la idea de “propiciar una sociedad comprometida con el conocimiento de la naturaleza de los objetos cotidianos y la historia del espectáculo de la lucha libre en Tijuana, motivando su conocimiento y estudio”, se apunta en la mampara que recibe a los visitantes, en la que se detalla la visión, la misión y el impacto social de esta iniciativa que coquetea con las reglas académicas.
«El valor de un acervo así no es monetario, es vivencial, personal. Como coleccionistas, disfrutamos vivir en la frontera, porque puedes conseguir muchas cosas del otro lado, pero al mismo tiempo sufrimos, pues los precios se han elevado y son en dólares”, afirma el custodio de este lugar que se ha instalado ya en el gusto de los tijuanenses.
Quien empezó a coleccionar a los 22 años de edad y es dueño de unas mil 200 piezas, que no se exhiben en el Museo de la Siete, dice que éste rompe con el esquema de los museos tradicionales, pues en poco espacio buscan colocar el mayor número de piezas posible. “Ningún objeto opaca al otro”, explica.
Así, decenas de vitrinas de todos tamaños lucen repletas de juguetes que a lo largo de décadas han llegado a las manos de los mexicanos a través de las bolsas de Sabritas o de pan Bimbo, y en los envases de Coca-Cola; así como muñecos de plástico, peluches, carritos, botellas, pelotas, gorras, revistas, carteles, cómics, fotografías, botones, pins y llaveros, entre otros objetos. Todos con la imagen o la forma del héroe preferido. Una especie de historia objetualizada de la mercadotecnia.
Paredes, techos y pisos son aprovechados para instalar maniquíes de los superhéroes. Un mural mandado a pintar ex profeso tiene como protagonista a Kalimán, El hombre increíble, quien cohabita al mismo nivel con Spiderman, Supermán y El Santo, entre otros defensores mundiales de la justicia.
Fusión de culturas, tiempos e ilusiones, el Museo de la Siete invita a sus visitantes, sobre todo a los niños y jóvenes, a conservar sus cosas preferidas, a no olvidar la magia del juego. “Primero deben pensar qué les gusta. Así empieza la vida del coleccionista. Y luego conservar y conseguir los objetos que quieres que sobrevivan, esos que te gustaría volver a ver cuando ya seas anciano y que tus nietos conozcan”, recomienda León.
Como la multitud en las gradas de la Arena México, desbordada, así es el impacto y la información que recibe el espectador al recorrer el Museo de la Siete, donde todo se vale: tomarse fotos, subirse al ring y abrazar al maniquí que representa al héroe favorito.