María Teresa Lojero tiene poco más de 60 años de edad, se acompaña de un bastón que empuña con su mano perfectamente arreglada, con la misma mano seguramente escribió infinitos ejercicios de quebrados y todas las palabras graves y esdrújulas en un verde pizarrón, algunas veces incluso sin poder evitar el rechinido del gis sobre la superficie, lleva más de 40 años siendo maestra y piensa seguirlo siendo “hasta que la inteligencia le dé”.
Fue un día amarillo, comenta al recordar con estrellas en los ojos su primer día de trabajo, corría 1968 y ese día había ocurrido un problema en Texcoco, el entonces Distrito Federal se había teñido de tonos ocre y nadie podía ver más de dos metros de distancia, aún así llegó a sus 18 años a cumplir la promesa que se había hecho a los cinco años, cuando colocaba unas cuantas muñecas en círculo y les daba clases a todas, ser maestra.
Siempre lo supo y con esfuerzo se preparó no sólo para ingresar a las filas de la docencia, sino que una vez con la plaza docente continuó estudiando muchos años más la carrera magisterial, por esos días ya habían nacido sus tres hijas, así que se levantaba desde poco antes de las seis de la mañana para preparar a las niñas, sus cosas y correr a la escuela.
Con los cabellos perfectamente en su lugar y la mirada pacífica de las personas mayores, María Teresa comenta que ha visto pasar diversas modificaciones y reformas educativas; para ella, no han sido un problema, y aún cuando muchos maestros jóvenes se quejan constantemente de las planeaciones, evaluaciones y registros de avances que deben llenar de manera cotidiana para cumplir con lo establecido por los programas educativos oficiales, para ella, son labores que ha implementado desde hace más de cuatro décadas.
Fuente: Excelsior