Sandra N eligió el vagón de mujeres, a las 11 de la mañana las hordas de trabajadores que van al metro Pantitlán se han diluído, con cuchara, rimel y espejo en mano se alegra de encontrar un asiento vacío, por las ventanas se cuela el sol y el tráfico, antes de llegar a Misterios, el convoy entra en un túnel y en los andenes suben cinco hombres que “acaban de salir del Reclusorio”.
Las que no se están maquilando miran distraídas las pantallas de sus celulares, envían mensajes, escuchan música, apenas pueden percibir que dos de los hombres se han ido al fondo del vagón, los otros dos se quedan en la primera puerta y uno de ellos dice que “en la forma de pedir está el dar, acabamos de salir del Reclusorio, por eso nadie nos quiere dar trabajo”.
El hombre alto, con sudadera y lentes transparentes en tonos amarillos comienza a pegar con un metal en los tubos del convoy solicitando cooperación mientras recorre los pasillos y mira a las nerviosas mujeres, les observa sin disimulo las manos, las bolsas, en tanto que ellas buscan en sus bolsillos algunas monedas, algunas ya tienen lista su “cooperación voluntaria”.
No es el mismo peso que se les da a las descalzas familias de indígenas de la Sierra de Puebla ni la negación tajante a los sordos que hacen pequeños paquetes con etiquetas explicando su situación, se trata de sacar todas las monedas que se puedan y darlas mientras el hombre, con voz grave emite un “gracias mi reina”. De Misterios a Valle Gomez son en promedio cuatro minutos en el subterráneo, tiempo suficiente para que estos hombres soliciten “amablemente” la cooperación de los usuarios, el convoy llega a la estación los hombres salen corriendo y entran en el siguiente vagón, al cierre de puertas las mujeres se miran desconcertadas, acaban de sufrir un asalto psicológico.
Fuente: Excelsior