Hace 16 años, en Seattle, los grupos que protestaban contra la reunión de la Organización Mundial de Comercio idearon un tipo de manifestación de choque que desde entonces se usa en muchas partes del mundo. “Globalifóbicos” los llamaron.
Quienes ayer se enfrentaron violentamente con la policía en Washington, con motivo de la toma de protesta de Donald Trump, bien podrían declararse victoriosos, a pesar de que no impidieron la llegada del magnate a la Casa Blanca. Ese hombre, al que tanto dicen odiar, se mostró ayer como el más acabado de los globalifóbicos.
En su discurso de toma de posesión, Trump habló como representante de los “olvidados” por la globalización. Pintó un panorama apocalíptico, una distopía americana de fábricas abandonadas y puestos de trabajo “robados” por otras naciones, y propuso remontarlo mediante una política proteccionista que dé la espalda al mundo y ponga a Estados Unidos “primero”.
No pareció importarle que la actual tasa de desocupación de su país sea baja en términos históricos.
Tampoco que los discursos de investidura se han usado tradicionalmente para tender la mano a aquellos que hubiesen querido ganar.
Donald Trump sigue en campaña, dispuesto a seguir recetando su manifiesto populista a las multitudes blancas que lo siguen. A los demás, recomendó ser más patriotas, pues el amor al país lo cura todo, hasta los más acendrados prejuicios.
Excelsior