Cada día, cada hora, a Juan Fabián le invade un intenso dolor de cabeza que ninguna pastilla logra detener. El cuerpo se rinde bajo mareos que lo obligan a detenerse porque, al menor esfuerzo, siente que la cabeza le “estalla’ por dentro. El corazón no se queda atrás, debería latir con un ritmo constante; sin embargo, se ha convertido en amenaza, pues ha aumentado, gigante, impidiéndole incluso agacharse. Todo, debido a un padecimiento que avanza sin tregua: la enfermedad de Chagas.
Más allá del dolor físico, la enfermedad de Chagas dejó un pronóstico devastador para el adulto mayor. “No hay medicamentos, sólo calmantes”. Una frase que escucha como sentencia en cada consulta, en cada hospital, desde Pochutla hasta Oaxaca, a causa de un parásito microscópico que se alojó en su cuerpo luego de que un insecto conocido como chinche besucona, lo picó hace poco más de 20 años.
Lo que vive Juan es también lo que padecen miles de personas en zonas endémicas como Oaxaca: una infección que puede pasar inadvertido durante años. Tras una fase aguda sin síntomas claros, el parásito Trypanosoma cruzi se aloja en órganos vitales como el corazón o el sistema digestivo, sin dar señales inmediatas.
Es en la fase crónica —que puede aparecer años o décadas después de la infección— cuando el daño se manifiesta: corazones que se agrandan, ritmos que se alteran, sistemas digestivos que dejan de funcionar como antes. Para quienes llegan a este punto, como Juan Fabián, no hay cura: sólo medicamentos para aliviar síntomas y frenar el deterioro del cuerpo.
Excelsior