miércoles, abril 24, 2024
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‘La primera Navidad, en mis 35 años, a la que llevo novio’

Las fiestas de fin de año siempre me han gustado. Nos ponemos muy festivos; nunca tuve a la tía haciendo preguntas incómodas o a los primos peleando o los tíos malcopeando; todos mis recuerdos son gratos entre regalos, sonrisas e indigestiones alimenticias como Mariah Carey siempre lo deseó.

Este año por ahí de noviembre mi novio me dijo que su familia no estaría en la ciudad para Navidad y sin chistar lo invité a la cena familiar. Y después me di cuenta de algo: jamás había invitado a alguien.

Tengo 35 años y jamás había invitado a nadie. Entonces entré en pánico: ¿Cómo lo iban a recibir? ¿Qué iban a decir?

Nunca tuve que salir de ningún clóset con mi familia fuera de papá, mamá y mi hermana, siempre fui solidario con JuanGa y pensaba que lo que se ve no se pregunta. Entre mis reservas para hablar y mis controversias amorosas, nunca hablé directamente con nadie hasta que a principios del año les presenté a todos a mi novio y, como era mi cumpleaños, no les di un foro de preguntas y respuestas.

Pero me ponía de nervios pensar cómo sería el hecho de incluirlo en un momento tan íntimo como la cena de Navidad; ese momento donde todos nos sentamos a escuchar Navidad, de Luis Miguel, mientras vemos el celular y nos regalamos cosas de Miniso, pero todo con su debida cantidad de amor.

«Tengo el gran privilegio de una familia a la que tan solo le importa verme feliz».

Después me calmé porque pensé que las personas que más me apoyan, aceptan y respetan (mis maravillosísimos padres) estarían ahí, y pensé que, si algo no iba bien, diríamos que vamos a la tienda y no miraríamos atrás.

Entonces le comenté a mi tío, anfitrión de la cena, que llevaría a mi novio. Me preguntó que cómo se llamaba, para mencionarlo por su nombre, y ese fue el único comentario. Le avisé a mis primos y amigos y todos tenían más nervios que yo. Evidentemente tengo la fortuna de tener un gran cómplice del cual me enamoré. Aunque seguramente su versión de los hechos es distinta a la mía y el más nervioso era él.

La cena transcurrió tranquila, nos sentamos en la misma mesa que mis papás y mis tíos y comimos mucho. Cuando llegó el intercambio tuve la sorpresa más grande: mis tíos le compraron un regalo para que a la hora del intercambio no se fuera con las manos vacías, por eso más que nada me preguntaron su nombre. Y entonces me di cuenta que tengo el gran privilegio de una familia a la que tan solo le importa verme feliz. No se trata de qué tan incluyentes sean; me respetan y todo fue extrañamente normal para todos. Nunca añoré la aceptación familiar, pero verla de frente fue emocionante.

Me acepté familiarmente después de 35 años y sin darme cuenta.

Mi anécdota de cómo pasé la primer Navidad con mi novio se resume en un consejo que suena muy Paulo Coelho, pero es la verdad: la aceptación más importante es la de uno mismo. La de los demás se da o no se da, pero es suficiente con aceptarse uno mismo para enamorarse y así las miradas de extrañeza o rechazo se resbalan para dar pie a lo único importante, el saberse y reconocerse feliz.

 

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