Quizá porque vive de ellas, el escritor Juan Pablo Villalobos sabe que las palabras que inventamos los seres humanos muchas veces no son suficientes para narrar el dolor. Ya lo escribió el poeta chileno Enrique Lihn: “Nada tiene que ver el dolor con el dolor. Nada tiene que ver la desesperación con la desesperación. (…) No hay nombres en la zona muda”.
Yo tuve un sueño (Anagrama, 2018) es el último libro del escritor mexicano afincado en Barcelona. En él traza un viaje por esa “zona muda” del horror que han vivido 10 chicos y chicas migrantes centroamericanos de entre 10 y 17 años que huyen de la violencia, el abandono y los abusos en El Salvador, Honduras y Guatemala para llegar a Estados Unidos a través de México. Se trata de un giro radical (pero temporal) en la carrera del novelista de Jalisco que crea un “libro de cuentos de no ficción” en el que se enfrenta con solvencia al reto de construir periodismo con los ladrillos de la literatura.
«Siempre tuve el temor y la inseguridad de no estar a la altura de los testimonios. Aún tengo esa sensación de que con las transcripciones podría haber hecho un libro de 400 páginas (tiene 145), pero consideré que debía hacer un trabajo de concentración y elipsis, de montaje; atrapar desde la literatura lo más esencial de unas historias terribles sabiendo que siempre se pierde algo, que algo va quedar muy corto, y que será muy difícil que las palabras reflejen tanto dolor y sufrimiento. Es el límite que tenemos los narradores.»
«Cuando lo estaba haciendo tuve una crisis: ¿Qué legitimidad tengo para hacerlo? Me decía: no soy activista, no vivo ahí, no tengo un conocimiento experto de aquella realidad. ¿Cuál era mi legitimidad? Ninguna. La única legitimidad posible era literaria: tenía que hacer un buen libro. Escucharlos, encontrar el tono, la sintaxis, el vocabulario; la lógica narrativa de sus historias.»
«Yo tuve un sueño es un trabajo de selección, de montaje, casi de documentalista: cortar, montar; qué va primero y qué va después, no opinar. No vengo del periodismo y ese pudor me permite hacer cosas cercanas a lo literario que, quizá, un periodista no se permitiría.»
«Había escrito cuatro novelas en ocho años y tenía crisis de escritura a causa de lo contrario: el exceso de libertad. En ese sentido, agradecí este libro: tenía que inventarme recursos narrativos pero no tenía qué idea tramar ni personajes. Al terminarlo, acabé con esa sensación de ‘ahora quiero volver a lo mío’. Me gusta esa impunidad que me da la ficción. De un libro como éste no sales impune. Tienes que respetar a unas personas que te regalaron sus testimonios, y hacerte responsable del libro que has hecho.»
Fuente: Excélsior