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2001: 50 años de la odisea de Kubrick

El 2 de abril de 1968 la oscuridad se apoderaba de una abarrotada sala del cine Loew’s Capitol de Nueva York; todos, expectantes, estaban a minutos de ver el nuevo trabajo de Stanley Kubrick, un realizador que hasta ese entonces tenía un estatus de gran director, gracias a su trabajo en Spartaco, Lolita y Dr. Strangelove.

Con esos largometrajes, Kubrick había conseguido inquietar y, a la vez, enamorar a la audiencia y crítica de su época con géneros tan distintos.

La sala estaba en total silencio, oscura, no se veía dónde empezaban y terminaban las butacas, y de pronto frente a los ojos de los asistentes la imagen de la Tierra se vislumbró, imponente, clara y majestuosa: el planeta ascendía sobre la Luna, mientras que el Sol ascendía a su vez sobre la Tierra, todos en alineación perfecta.

La composición musical “Así habló Zaratustra” de Richard Strauss, hacía que aquel espectáculo fuera imponente y que los asistentes no necesitaran de tecnologías 3D o 4DX para sentirse inmersos y expuestos ante la profundidad del Universo.

Todos esa noche fueron testigos de El amanecer del Hombre, como se le conoce hoy a la parte inicial de la cinta que incluso Kubrick pidió no tuviera créditos iniciales para que la experiencia del público fuera mayor.

Hoy se cumple medio siglo de que esta epopeya espacial deslumbrara al mundo; de no haber existido esta cinta, el mundo tal vez no conocería filmes como Star Wars Interstellar, Gravity o Encuentros cercanos del tercer tipo.

Filmar un proyecto tan ambicioso para la época como esta historia espacial parecería un acto suicida, pero para Kubrick tan sólo fue la manera en la que podía saciar su fascinación por la carrera espacial recién iniciada en esos años, así como su interés de mostrar la posibilidad de existencia de vida extraterrestre.

Para lograrlo, el realizador estadouniudense se unió al escritor Arthur C. Clarke, quien unos años antes había publicado un cuento corto llamado El centinela, a quien pidió lo ayudara a escribir el guión.

Tal proeza duró cuatro años de investigación en la que ambos se unieron a expertos de la NASA, ya que si quería hacer su filme veraz tenían que descifrar cómo luciría el planeta en el futuro.

“Algo en lo que estaban totalmente de acuerdo Stanley y Arthur era en que la película debía ser lo más realista posible. Ciencia-ficción, sí, pero plausible. Lo más importante para Kubrick era saber qué avances podría producir la ciencia en los próximos 33 años. Visitaron laboratorios, corporaciones aeroespaciales, universidades y observatorios astronómicos para dar la mayor verosimilitud al aspecto visual de la cinta. Pocas veces se ha llevado a cabo una labor de documentación tan ardua a la hora de rodar una película, pero el resultado final y el esfuerzo valieron la pena”, señaló Antonio Quintana Carrandi, crítico y especialista en ciencia ficción.

Reunir todos los elementos que Kubrick necesitaba para darle veracidad a su trabajo requirió de un alto presupuesto, el cual inicialmente era de 4.5 millones de dólares y terminó arriba de los 10.5 millones, de los cuales seis fueron utilizados en efectos especiales.

Tras su estreno en aquel lejano 1968, Kubrick decía que su película era mucho más visual que dialéctica, algo que queda claro tras ver la cinta que sólo cuenta con 40 minutos con diálogos de los 143 que dura.

“La inyección monetaria le vino muy bien a Kubrick, que invirtió buena parte de ese capital en financiar el desarrollo de nuevas técnicas de efectos especiales y que, posteriormente, serían empleadas en otras películas, y se convertirían en la base de muchos de los trucos cinematográficos que hoy se continúan utilizando”, contó Quintana Carrandi.

El éxito tras su estreno fue inmediato, en Estados Unidos recaudó más de 21 millones de dólares en su primera semana, recuperando así su inversión, mientras que a nivel global ha recaudado 190 millones de dólares.

Su estatus de culto fue casi inmediato y se mantiene inamovible, aunque en 50 años la tecnología ha cambiado, permitiendo que los filmes espaciales sean más sofisticados.

“Vista hoy, a cinco décadas de su estreno, sigue asombrando la perfección técnica, así como la optimista visión que del futuro de la exploración espacial nos da. En 1968 todos pensaban que en el último cuarto del siglo XX se producirían fantásticos avances en la conquista del espacio. Es cierto que hemos avanzado mucho, pero todavía no hemos alcanzado el nivel tecnológico mostrado en la película”, añadió el crítico.

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