A los 14 años María contrajo matrimonio con un hombre de su comunidad. Vivía en Tlapa, en la montaña de Guerrero.
“A veces me cacheteaba, pero no me pegaba muy fuerte; me regañaba, se enojaba… Un día estaba bien, otro día se enojaba así nada más”, comenta María. “Él quiere que yo el trabajo lo haga todo el día; no debo de estar sentada porque él no fue a pedirme para que yo esté sentada en su casa, sino para hacer la comida, trabajar, hacer el aseo”.
Hace seis años se divorció. Ahora, sus suegros exigen que María pague los 70 mil pesos que gastaron en ella, de lo contrario, advierten, la meterán a la cárcel.
“¿Por qué voy a regresar ese dinero si yo no lo tengo?”, cuestiona María. “Quieren que me vaya a mi pueblo y todo eso para que yo devuelva el dinero, para que yo esté en la cárcel con mis padres porque ellos no quieren regresar el dinero”.
En la montaña de Guerrero la venta de niñas es una costumbre arraigada. Organizaciones defensoras de los Derechos Humanos estiman que, en 17 años, unas 300 mujeres han sido dadas en matrimonio, sin su consentimiento, a cambio de una dote.
“Sí, conozco algunos casos; no en mi familia, pero son personas de los pueblos que venden a sus hijas”, asegura Rosa Citlali, habitante de Tlapa. “Y no, no somos mercancía realmente, somos mujeres”
El centro de derechos humanos de la montaña Tlachinollan asesora a María, que ahora tiene 20 años de edad. Según esta asociación civil, en la región, algunos hombres pagan a las familias de las mujeres entre 60 mil y 180 mil pesos.
“Hay mujercitas que, si ya tuvieron un fracaso, ya tuvieron un bebé, entonces a ellas las rematan en 70, 80 mil pesos, 100 mil pesos”, asevera Matilde, habitante de Metlatónoc. “Pero si es una muchacha que terminó sus estudios, que terminó el colegio, entonces cuestan hasta 180, más la fiesta, la res, los cartones de cerveza, unos 60 cartones de cerveza para que coma el pueblo y todos estén ahí contentos”.
Excelsior