Sophía vive hoy plenamente su realidad como niña trans, tras unos primeros años de vida complicados.
La primera vez que su madre escuchó que Sophía hacía una referencia a su género fue en un hospital. Tenía un año y medio y la menor, que tuvo un pequeño percance, se emocionó cuando le cambiaron los pantalones por una bata.
Sophía mostró siempre una clara preferencia por ser y actuar como una niña. Algo propio de aquellas personas cuya identidad de género no concuerda con la que se les asignó al nacer.
Los problemas para la menor arrancaron en preescolar, con solo cuatro años. A los pocos meses «detonó una bomba», recuerda su madre.
Su conducta era propia de la infancia trans. «Melancolía, tristeza, abandono, depresión, aislamiento. No sienten pertenecer ni al mundo de los niños ni de las niñas», dijo a Efe David Barrios, expresidente de la Federación Mexicana de Educación Sexual y Sexología, quien atendió a Sophía.
Las maestras no aprobaron el comportamiento e inventaron una especie de plan de choque, al que la familia accedió. La niña tenía que pasar tiempo con su padre y hacer cosas «de varones», como jugar al balón o ayudar en reparaciones caseras.
Esto la sumió en más tristeza. A los cinco años, llorando, se sinceró con la madre: «Yo no quiero ser niño, quiero ser niña».
Sin saber qué pasaba, su madre, que también tiene un niño de 4 años, empezó a buscar en Google y descubrió una palabra desconocida: «Trans».
Esto marcó un gran punto de inflexión. Contactó al colectivo Ser Gay, de defensa de los derechos LGBTI, y en la primera asesoría les comentaron: «Ustedes no tienen dos hijos. Sino una hija y un hijo».
El vicecoordinador de la asociación, Manuel Gutiérrez, recuerda que en estas primeras visitas había miedo y llantos en la familia, pero acudían todos -padres, hermanos, abuela y tía- y el apoyo a la niña era incondicional.
Al poco tiempo, Sophía empezó a vivir como la niña que deseaba ser, pero solo en casa. En la escuela se opusieron, pese a un dictamen favorable de la Comisión de DD.HH. estatal, remarca Gutiérrez.
Esta ambivalencia empezó a afectarle. Y entonces se acordó, junto al instituto educativo, cambiarla de colegio en el tercer año de preescolar.
Ese nuevo curso, y aunque al final unas maestras supieron, Sophía fue, para todos sus compañeritos, siempre y solo Sophía.
Hace más de un año, empezó un proceso que marca un hito en la historia de las infancias trans y de las poblaciones LGBTI en México, que pese a avances viven castigadas por la violencia.
Entre 2014 y 2016, fueron asesinadas 202 personas LGBT. De estos, 108 eran mujeres trans (travestis, transgénero y transexuales), según un reporte de la ONG Letra S.
Apoyada por la organización Litigio Estratégico en Derechos Sexuales y Reproductivos (Ledeser) y Ser Gay, Sophía inició sus trámites para cambiar de género y nombre en su acta de nacimiento, a través del Registro Civil de la Ciudad de México, donde ello no está legislado ni prohibido.
Anteriormente, otras niñas, niños y adolescentes han cambiado su identidad oficialmente, pero solía ser un proceso engorroso, incluso traumático. Debían pasar por un juez, y un médico y un psicólogo daban un dictamen para acreditar su identidad trans.
Este no fue el caso. No se requirió dictamen médico, solo una opinión especializada y el apoyo del Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación de la Ciudad de México (Copred).
Excelsior