Los negocios reabrieron, vendiendo periódicos y recuerdos para turistas, pero una excepción notable fueron las floristerías cerca del lugar donde una camioneta arremetió contra la multitud
Con expresión sombría pero desafiante, turistas y residentes de Barcelona recorrían el viernes la zona de Las Ramblas, donde la víspera ocurrió un ataque en el que murieron 13 personas y un centenar resultaron heridas. Decenas de policías, con sus uniformes azul y amarillo, patrullaban la Placa de Cataluña y la calle seguía cerrada a vehículos, pero no había indicio adicional del horror del día anterior.
Los negocios reabrieron, vendiendo periódicos y recuerdos para turistas y a media mañana algunos puestos de helado estaban alzando sus puertas, pero una excepción notable fueron las floristerías cerca del lugar donde una camioneta arremetió contra la multitud. También estaban cerrados los portones metálicos de La Boquería, el gran mercado que es una de las principales atracciones turísticas de la ciudad.
Enrique Camprubi, que lleva 40 años viviendo en Barcelona y que pasa por Las Ramblas casi a diario, dijo que aparte de la presencia policial, el lugar no parece muy distinto a lo que era antes del suceso.
Camprubi, quien trabaja para un centro asistencia con el nombre de la Madre Teresa, dijo que no tenía miedo porque ‘tener miedo es lo que los terroristas desean‘.
El número de peatones era igual al de cualquier mañana veraniega, pero las expresiones eran más sombrías que lo normal. La gente caminaba cabizbaja y en silencio, la mirada fija en los característicos adoquines de esa vía peatonal.
Cerca de La Boquería, una familia de Nueva York dijo que no se sintió atemorizada cuando abordó el avión la noche anterior, después de haberse enterado de lo sucedido.
«Todos estamos bien, ¿no es así?», preguntó Tara Lanza mientras volteaba hacia sus parientes, que asintieron con la cabeza.
Su esposo, John Lanza, afirmó:
«Es triste. Obviamente el lugar está más callado que lo usual, pero creo que la gente está tratando de seguir con su vida».
El guía turístico que les estaba ayudando, Gaston Magrinat, un estadunidense que vino a Barcelona en 1999, dijo que no podía sino pensar que él o sus hijos podían haber estado entre las víctimas.
«Me la paso viniendo a esta avenida, no solo por trabajo sino también con mi familia», expresó. «Es una zona recreativa, es común venir con los hijos a tomar helado y cosas así. Fácilmente yo pude haber estado ahí».
Excelsior