Sofisticado Marqués de Sade del siglo XX, inasequible al tiempo, Sting llega a España para hacerla suya con uno de los repertorios más incuestionables y personales del rock, inoculado mediante aguijonazos eléctricos de amores tóxicos y su antídoto en pequeños frascos de esperanza.
Con las más de mil 700 butacas del aforo ocupadas (pese a los 350 euros de las entradas más caras), Gordon Matthew Sumner desembarca en el Teatro Real de Madrid para abrir la III edición del Universal Music Festival y ofrecer así el primero de los cuatro conciertos que tiene previstos en el país.
A la más mediática de sus citas, donde tan importante es ver como dejarse ver, se han acercado la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáez de Santamaría, personajes de la nobleza como Eugenia Martínez de Irujo, «socialités» como Carmen Lomana y los músicos José Luis Perales, Nacho Cano o el tenor Plácido Domingo, con el que minutos antes charlaba en los pasillos.
Como excusa, 57th & 9th (2016), disco con el que, después de los 13 años transcurridos desde Sacred love, en los que colmó sus inquietudes por diversos senderos musicales, volvió al rock y a la pauta energética de sus primeras composiciones.
En una de sus últimas aventuras fuera de pista, la de vestir sinfónicamente su música, se produjo en 2010 la última visita de Sting a Madrid, que no a España, donde ya en marzo ofreció en el Sant Jordi Club de Barcelona una actuación de esta gira bastante semejante a la de hoy, pero sin la majestuosidad de este marco.
No podía faltar su inseparable guitarrista Dominic Miller, participante también en la grabación del álbum, capitaneando a su hijo Rufus como segundo guitarrista, Josh Freese a la batería, Percy Cardona (de The Last Bandoleros) al acordeón y Joe Sumner, vástago de Sting, a los coros.
A las 21:36 horas, con puntualidad casi británica y los músicos en sus posiciones, el dueño de los ojos azules más magnéticos del rock internacional ha caminado hasta el centro del escenario para arrancar en acústico con la sensible Heading south on the great north road, una de las nuevas y más emblemáticas por cuanto, con su hijo como acompañante, aborda sus raíces.
Poco ha habido que esperar para disfrutar de sus otras raíces, las de los años como miembro de The Police (casi la mitad del repertorio ha estado trufado por canciones de su exbanda) y pronto ha dejado escuchar Synchronicity II, más la música que su voz, ya que el micrófono del artista ha decidido no funcionar.
Los pitidos impacientes se han tornado en aplausos cuando el milagro tecnológico ha permitido disfrutar de Sting bien amplificado al frente de este tema postrero de un grupo para el que, en plena eclosión del punk de los 70, compuso un buen puñado de éxitos intemporales que amalgamaban rock, reggae y jazz.
Con más entradas capilares pero igual de enjuto que hace 20 años, el músico se ha armado con su bajo para hacer sonar seguidamente Spirits in the material world.
Con una energía impropia de sus 66 años, las canciones se han dado el relevo sin resuello y sin conformarse con el calco de las versiones discográficas, acentuando con percusión, ejecución y palmadas gospeleras el Be yourself, no matter what they say (Sé tú mismo, no importa lo que digan) previo a que el «alien» de Englishman in New York explote en su estribillo entre «uoooohs».
De la alegría contagiosa del sencillo del nuevo álbum, I can’t stop thinking of you, ha saltado a otro corte ante el que el público no ha podido evitar ponerse en pie para bailar, Everything she does is magic.
Entre medias, unas palabras en español: «Buenas noches, señoras y señores, es un placer estar con ustedes esta noche en el Teatro Real de Madrid».
En la parte menos manida del show han sonado One fine day, la rocanrolera She’s too good for me, ambas de su último disco, y la vieja Mad about you, serpenteantes la guitarra y el acordeón.
Como el viento sobre la cebada, así ha surcado después su voz por el Real en esa tesitura grave pero suave que le sale en Fields of gold, la misma caricia que resulta de Shape of my heart, con esos primeros acordes de madera española que han llevado a los asistentes a esbozar un estremecimiento de placer.
Sting sacudió la ensoñación con Petrol head, el más roquero y eléctrico de sus nuevos cortes, y sostiene la sacudida con Message in a bottle, entre las palmas de un público que ha invadido la primera fila para recibir su agónico SOS.
«Joe, tu padre está un poco cansado», dijo antes de dar el relevo a su hijo, quien demostró estar provisto de un timbre muy similar al de su progenitor en los agudos y aún más potencia para versionar Ashes to ashes de David Bowie.
Si poco o nada se podía reprochar al primer tramo del concierto, menos a la última media hora, en la que tras el impás de 50.000 han sonado el reggae de Walking on the moon entre haces de luz blanca y de la vitamínica So lonely, la desaforada fiesta étnica de Desert rose y el imprescindible desgarro de Roxanne, menos tanguero y más soul para fundirse con Ain’t no sunshine.
Aunque para agonías sentimentales, Every breath you take, la canción de los amores tortuosos y la que ha encendido todas las cámaras de los móviles en un dulce sufrimiento colectivo que ha concluido con la levedad de Fragile.
Sting pone rumbo ahora a Barcelona para participar mañana en el festival Jardins de Pedralbes, el sábado como gran estrella de Músicos en la Naturaleza, en plena sierra de Gredos, escenario que ya coronó en su primera edición en 2006, y el 17 en el Marenostrum Music Castle Park de Fuengirola, Málaga.