Un pueblo fronterizo de Texas está restaurando lo que se cree es el único sitio restante que alguna vez ayudó a procesar a millones de mexicanos que llegaron a Estados Unidos como “braceros”
—trabajadores temporales invitados— bajo un programa que comenzó durante la Segunda Guerra Mundial.
Las ruinas de lo que fueran unas grandes construcciones de adobe de color blanco en Rio Vista Farm, en el pueblo de Socorro, al lado del río Bravo y aproximadamente a mil kilómetros (620 millas) al oeste de Dallas, fueron el punto de llegada para los braceros que viajaron a Estados Unidos para trabajar en granjas y ferrocarriles como parte de un programa especial a mediados del siglo XX.
Los funcionarios locales y los conservacionistas esperan convertir el lugar en un sitio que cuente la historia de esos trabajadores y de un programa que duró unos 20 años y cayó en gran parte en el olvido.
“Estos hombres dejaron a sus familias, dejaron sus comunidades con la esperanza de oportunidades económicas, y muchas veces trabajaron increíblemente duro y en condiciones muy difíciles”, dijo Peter Liebhold, curador del Museo Nacional de Historia Estadunidense en Washington.
El esfuerzo por preservar el sitio de 102 años de antigüedad como una especie de museo que documente un programa que ayudó a Estados Unidos a conseguir trabajadores durante la Segunda Guerra Mundial cobró nueva importancia desde que el presidente Donald Trump asumió el cargo, después de prometer construir un muro a lo largo de la frontera con México e intensificar las deportaciones.
De 1942 a 1964, los braceros fueron el programa de trabajadores invitados más grande de Estados Unidos, con alrededor de 4.6 millones de contratos de empleo a corto plazo otorgados a trabajadores mexicanos, algunos de los cuales lo usaron varias veces. El programa no proporcionó un camino a la obtención de la ciudadanía de Estados Unidos, pero muchos braceros sí se volvieron ciudadanos, según Liebhold.
Rio Vista Farm, en Socorro, fue uno de los cinco sitios de procesamiento de braceros, donde pasaban entre algunas horas hasta un día antes de ser enviados a los sitios de trabajo.
Francisco Uvina, quien fue uno de los braceros que pasaron por Rio Vista, recordó un sitio de trabajo donde los jefes querían que los braceros trabajaran incluso cuando hacía tanto frío que afuera se formaban carámbanos de hielo. Recordó que los trabajadores no podían usar guantes mientras pizcaban algodón y que sus barracas no tenían calefacción.
Lo bueno de ser bracero, agregó, era el dinero que ganaban. Lo malo fue cómo él y otros fueron tratados a veces.
A su llegada a Rio Vista los trabajadores eran desvestidos y rociados con pesticida
Fuente: Excélsior