Luego del triunfo del Partido Antireeleccionista, el 6 de noviembre de 1910 Francisco I. Madero asumió la Presidencia de la República. Sin embargo, no le fue posible consumar los intereses revolucionarios, ya que tras una serie de levantamientos armados, entre los que destacó el Plan de Ayala, poco a poco su gobierno se fue desmoronando. El golpe de estado en 1913 encabezado por el general Victoriano Huerta culminó con el asesinato del propio Presidente Madero y del Vicepresidente José María Pino Suárez, y llevó a Huerta a ejercer la Presidencia. Ante la reacción en el Congreso a sus abusos, Huerta determinó disolver la Cámara de Diputados y, posteriormente, la de Senadores.
Estos acontecimientos activaron la denominada Revolución Constitucionalista encabezada por Venustiano Carranza. Comenta el doctrinario Felipe Tena Ramírez que en los primeros documentos de este movimiento se invocaba “el sostenimiento del orden constitucional de la República”, y que finalmente en el Plan de Guadalupe del 26 de marzo de 1913 se desconoció al régimen de facto, se creó el ejército constitucionalista y se resolvió que el Primer Jefe – es decir el propio Venustiano Carranza – ocuparía el Ejecutivo de manera interina.
Al triunfo de la Revolución Constitucionalista se presentaron condiciones propicias para la convocatoria a un nuevo Constituyente, el cual se instaló en nuestra querida ciudad de Querétaro el 1º de diciembre de 1916 bajo la denominación de “Asamblea de Representantes Electos para Reformar la Carta Magna de 1857”. Esta asamblea más que reformar produjo un nuevo ordenamiento jurídico, en el que de manera trascendental se introdujeron postulados de carácter social en sus artículos 3°, 27 y 123. La Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos que nos rige y está a unos meses de cumplir 100 años.
Por Fernando Ortiz Proal para RR Noticias